
La verdad es que yo a veces me uno a esa inercia de fugacidad que se contagia como la enfermedad más infecciosa que jamás haya existido: desde que decidí presentarme al examen PIR estoy muy ilusionada y deseo que el final de curso, que ya se acerca, pase rápido para poder dedicarme plenamente a estudiar para conseguir una plaza de formación en la salida profesional que más me gusta: la Psicología Clínica. Pero me encuentro dividida entre el deseo de terminar ya de una vez este último curso de la carrera, que menos mal que se me está pasando rápido, porque estoy cansada de ser una "protuberancia carnosa del pupitre" como dice en clase un profesor de la Facultad y necesito pasar ya a la acción; y por otro lado el miedo a la despedida... No me gustan nada en absoluto las despedidas, y aún no me he acostumbrado a pesar de que a lo largo de la vida he tenido que despedirme muchas veces para no volver a ver nunca más a esas personas y no volver a visitar esos lugares. Los que me conozcáis, seguramente hayáis advertido que casi nunca digo "adiós", sino "hasta luego", como si fuéramos a volver a vernos un ratillo después. Bueno, la vida es así: unas cosas se acaban y otras empiezan, unos llegan y otros se van. Y todo eso pasa rápidamente, cuando menos nos lo esperamos. Muchos cambios están programados de antemano (como el final de una carrera universitaria, por ejemplo), pero aun así no nos damos cuenta de que se acercan esos momentos hasta que no los tenemos ya encima.
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