Antes de ayer rescaté mi bicicleta del olvido. Estaba bastante sucia y un poco oxidada por algunas zonas, abandonada entre numerosos trastos viejos y cacharros inservibles. La limpié, y ayer engrasé los engranajes y fui a una gasolinera cercana a hinchar las ruedas (esa es la razón por la que hoy tengo agujetas por todos lados, jeje).
Parece mentira que, después de haber vivido tantas aventuras con ella (excursiones al campo con los amigos, marchas en bici a Sevilla el día de la bicicleta...), haya dejado que fuera cayendo poco a poco en el olvido...
Lo cierto es que eso mismo es lo que pasa con todo: simplemente un día dejamos de hacer las cosas sin saber que aquélla sería la última vez que las hicimos. Lo peor es cuando, en lugar de abandonar un trasto de metal, lo que dejamos aparcado y en el olvido es una persona. No me estoy refiriendo a las personas mayores, sino a cualquier persona, cualquiera con la que, simplemente y sin ninguna razón, un día dejamos de tener contacto sin darnos cuenta.
Lo cierto es que eso mismo es lo que pasa con todo: simplemente un día dejamos de hacer las cosas sin saber que aquélla sería la última vez que las hicimos. Lo peor es cuando, en lugar de abandonar un trasto de metal, lo que dejamos aparcado y en el olvido es una persona. No me estoy refiriendo a las personas mayores, sino a cualquier persona, cualquiera con la que, simplemente y sin ninguna razón, un día dejamos de tener contacto sin darnos cuenta.
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