"Porque tuve hambre y me dísteis de comer; tuve sed, y me dísteis de beber; forastero fui, y me dísteis posada; desnudo, y me vestísteis; enfermo y me visitásteis; estuve en la cárcel y vinísteis a verme.
Entonces le responderán los justos: ¿Cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te hospedamos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos en la cárcel o enfermo y fuimos a verte? Y les dirá el rey: En verdad os digo, que cuando lo hicísteis con uno, el más pequeño de éstos mis hermanos, a mí me lo hicísteis.
Entonces dirá también a los de la izquierda: ¡Apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles! Porque tuve hambre y no me dísteis de comer; tuve sed, y no me dísteis de beber; forastero fui, y no me hospedásteis; estuve desnudo y no me vestísteis; enfermo y en la cárcel y no me visitásteis. Entonces ellos le responderán: ¡Señor! ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, o forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Él les responderá: En verdad os digo que cuando no lo hicísteis con uno de éstos más pequeños, tampoco conmigo lo hicísteis. E irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna."
(Mt. 25, 35-46)
"Uno de los fariseos le rogó que fuera a comer con él, y entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Y he aquí que una mujer de la ciudad, que era pecadora, cuando supo que Jesús estaba a la mesa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, y, puesta detrás de Él, a los pies, llorando, con sus lágrimas le bañaba los pies, se los enjugaba con sus cabellos, se los llenaba de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto el fariseo que le había convidado, decía para sí: Si éste fuera profeta, ya sabría quién y de qué condición es la mujer que le está tocando: que es una pecadora. Entonces Jesús, tomando la palabra, le dijo: ¡Simón! Tengo una cosa que decirte. Y él: ¡Dila, maestro! Y dijo: un prestamista tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios; el otro cincuenta. Como no pudieran pagarle, se los perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Simón respondió: Supongo que aquél a quien más perdonó. Y Él le dijo: ¡Bien juzgaste!
Vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para los pies; pero ésta con sus lágrimas bañó mis pies y con sus cabellos los enjugó. No me diste el beso; pero ésta desde que entré no ha cesado de besar mis pies. Tú no ungiste con óleo mi cabeza; ella ha ungido mis pies con perfume. Por lo cual te digo que se le perdonan sus muchos pecados, porque amó mucho. A quien poco se le perdona, poco ama.
Después dijo a ella: Perdonados quedan tus pecados. Entonces los comensales comenzaron a decir dentro de sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados? Dijo luego a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz."
(Lc. 7, 36-50)
"Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónale."
(Lc. 17, 3-4)
Entonces dirá también a los de la izquierda: ¡Apartáos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles! Porque tuve hambre y no me dísteis de comer; tuve sed, y no me dísteis de beber; forastero fui, y no me hospedásteis; estuve desnudo y no me vestísteis; enfermo y en la cárcel y no me visitásteis. Entonces ellos le responderán: ¡Señor! ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, o forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Él les responderá: En verdad os digo que cuando no lo hicísteis con uno de éstos más pequeños, tampoco conmigo lo hicísteis. E irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna."
(Mt. 25, 35-46)
"Uno de los fariseos le rogó que fuera a comer con él, y entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Y he aquí que una mujer de la ciudad, que era pecadora, cuando supo que Jesús estaba a la mesa del fariseo, llevó un vaso de alabastro con perfume, y, puesta detrás de Él, a los pies, llorando, con sus lágrimas le bañaba los pies, se los enjugaba con sus cabellos, se los llenaba de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto el fariseo que le había convidado, decía para sí: Si éste fuera profeta, ya sabría quién y de qué condición es la mujer que le está tocando: que es una pecadora. Entonces Jesús, tomando la palabra, le dijo: ¡Simón! Tengo una cosa que decirte. Y él: ¡Dila, maestro! Y dijo: un prestamista tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios; el otro cincuenta. Como no pudieran pagarle, se los perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Simón respondió: Supongo que aquél a quien más perdonó. Y Él le dijo: ¡Bien juzgaste!
Vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para los pies; pero ésta con sus lágrimas bañó mis pies y con sus cabellos los enjugó. No me diste el beso; pero ésta desde que entré no ha cesado de besar mis pies. Tú no ungiste con óleo mi cabeza; ella ha ungido mis pies con perfume. Por lo cual te digo que se le perdonan sus muchos pecados, porque amó mucho. A quien poco se le perdona, poco ama.
Después dijo a ella: Perdonados quedan tus pecados. Entonces los comensales comenzaron a decir dentro de sí: ¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados? Dijo luego a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz."
(Lc. 7, 36-50)
"Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónale."
(Lc. 17, 3-4)
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