Ayer estuve "viendo la Semana Santa". Entre muchas otras cosas, vi una informe masa humana que me engullía sin remedio. Vi a una mujer con espacio suficiente para pasar clavar el codo en el costado de otra, apretando mientras pasaba para hacer la experiencia lo más dolorosa posible. Vi a un niñato y a un hombre de mediana edad canearse en medio de la calle como animales tras pasar el uno junto al otro. Entre toda esta suerte de inmundicia y desahogo, sentí un dolor en un codo que no sabía de dónde provenía. ¡Qué daño! Creo que por eso le llaman irónicamente "el hueso de la alegría". El dolor se repitió una vez más, y al volverme vi a una vieja (no pienso usar ningún eufemismo aquí) que regomellaba algo mientras me apartaba para pasar. Al mirarla bien vi a una persona de muy baja estatura, extremadamente delgada, frágil y triste, enfadada con el mundo, y mientras el dolor punzante me recorría el brazo la miraba con pena preguntándome qué había pasado. La verdad es que muchas de las veces que me veo obligada a pasar entre una multitud acaban pegándome a mí y yo no me entero de nada más que del dolor.
Es como si la gente se diluyera en la masa y deshumanizara al mismo tiempo a todo aquél a su alrededor. Se ve a sí misma como una cosa y hace extensible esta apreciación también a los demás. No sé cómo lo hace la gente, pero yo en la masa sigo siendo yo.
Es como si la gente se diluyera en la masa y deshumanizara al mismo tiempo a todo aquél a su alrededor. Se ve a sí misma como una cosa y hace extensible esta apreciación también a los demás. No sé cómo lo hace la gente, pero yo en la masa sigo siendo yo.
1 comentario:
Lo que sí fue increíble, durante una de las bullas, era cómo en lugar de hacer varias filas para poder pasar, la gente avanzaba por donde le daba la gana, entorpeciendo al máximo el flujo.
Si es que parece que se hacen las cosas mal a posta.
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