He entrado al portal, y allí estaba. Me miraba con su horrible semblante amenazante, inmóvil, desde un rincón junto a la pared, apostada en el límpido mármol blanco del suelo. Un escalofrío me recorrió el abdomen dejando a los músculos en tensión a su paso.
"Ya están aquí este año", pensé, sin poder apartar la vista del inmundo bichejo que permanecía tranquilo, ajeno a mi repentina turbación. Corrí hasta el ascensor, con un bidón de agua en cada mano, y deseé que por una vez llegara rápido. No ocurrió. Al llegar por fin al piso, tras un primer escrutinio del suelo desde la puerta para constatar que no tenía visitantes indeseables, me tranquilicé. Pero pronto recordé que tenía que bajar de nuevo a comprar el pan. Salí, me monté en el ascensor; y llegando a la planta baja, deseé que las puertas no se abrieran y volver a subir rápidamente. Pulsé el botón del ascensor casi sin percatarme de ello, y éste me volvió a llevar a lugar seguro. Entré, y valoré la necesidad de comprar el pan hoy. En la cocina sólo quedaba un minúsculo trozo de pan duro; nada en el congelador... Mi pensamiento me increpaba de forma asfixiante, recordándome las cosas que le digo a mis pacientes todos los días y que yo estaba ignorando en ese momento. Por fin, me armé de valor, volví a llamar al ascensor, y bajé.
El odioso bichejo yacía patas arriba sobre el mármol manchado de una asquerosa sustancia marrón. Alguien no huyó de la cucaracha. Ya no podía moverse aunque quisiera. Sus largas antenas seguían apuntando hacia mí. Ahora estaba a salvo. Y me sentí tremendamente fracasada. ¡Malditas cucarachas!
"Ya están aquí este año", pensé, sin poder apartar la vista del inmundo bichejo que permanecía tranquilo, ajeno a mi repentina turbación. Corrí hasta el ascensor, con un bidón de agua en cada mano, y deseé que por una vez llegara rápido. No ocurrió. Al llegar por fin al piso, tras un primer escrutinio del suelo desde la puerta para constatar que no tenía visitantes indeseables, me tranquilicé. Pero pronto recordé que tenía que bajar de nuevo a comprar el pan. Salí, me monté en el ascensor; y llegando a la planta baja, deseé que las puertas no se abrieran y volver a subir rápidamente. Pulsé el botón del ascensor casi sin percatarme de ello, y éste me volvió a llevar a lugar seguro. Entré, y valoré la necesidad de comprar el pan hoy. En la cocina sólo quedaba un minúsculo trozo de pan duro; nada en el congelador... Mi pensamiento me increpaba de forma asfixiante, recordándome las cosas que le digo a mis pacientes todos los días y que yo estaba ignorando en ese momento. Por fin, me armé de valor, volví a llamar al ascensor, y bajé.
El odioso bichejo yacía patas arriba sobre el mármol manchado de una asquerosa sustancia marrón. Alguien no huyó de la cucaracha. Ya no podía moverse aunque quisiera. Sus largas antenas seguían apuntando hacia mí. Ahora estaba a salvo. Y me sentí tremendamente fracasada. ¡Malditas cucarachas!