Hay unos graciosos tréboles que están creciendo en el césped de mi patio. Todo el mundo dice que son malas hierbas, y los arranca sin piedad ni meditación previa. En primavera, en otra zona del patio, florecen unas grandes campanillas color violeta que me encantan, y este año salió una planta sin flores aunque de hermosas y extrañas hojas verdes; pero también son malas hierbas y, como tales, ya sabemos qué suerte corrieron. Lo cierto es que, por más que lo pienso, no logro comprender por qué unas plantas son cultivadas y cuidadas con mimo y otras, que nacen y crecen de forma milagrosa sin que nadie se encargue de ellas, son arrancadas sin miramientos de la tierra donde tuvo lugar el milagro. Y no es porque sean feas y rudas, porque algunas son francamente bellas y delicadas. No hay más que pensar en las amapolas, que también se categorizan bajo el epígrafe de malas hierbas.
También hay personas que son consideradas malas hierbas y son arrancadas de la sociedad que les vio nacer. Me refiero a las personas que viven en la calle, a esas personas que han sido totalmente abandonadas y despojadas de toda dignidad. También ellas me llaman mucho la atención. Cada vez que me cruzo por la calle con una de ellas, pienso en qué les diferencia del resto de las personas y tampoco entiendo por qué son malas hierbas. Es cierto que muchas tienen problemas de adicción o trastornos del espectro esquizofrénico, pero también otras muchas personas que no han sido apartadas de la sociedad tienen problemas de este tipo, y por supuesto es mucha más la similitud entre ellas y el resto de las personas que la diferencia: todos tenemos las mismas necesidades (comida, vestido, descanso, higiene, sentirnos queridos...) y deseos similares, todos tenemos (o hemos tenido) una madre y un padre y hemos sido paridos (con el consiguiente dolor de las madres)... No veo cuál es la diferencia que hace que estas personas sean consideradas malas hierbas y sean arrancadas de la sociedad que milagrosamente les vio nacer.