sábado, 26 de abril de 2008

Los intimidadores ojos del chino

Entré ayer con Teron en un chino (ya sabéis, ésos que han extinguido a los antiguos bazares de 20 duros) para buscar un calcetín para el móvil y salí de allí sin poder siquiera ver con tranquilidad los que había. A la entrada de la tienda había un hombre de unos 50 años y aparentemente de origen chino, en cuyo pelo coexistían cabellos negros y canosos en perfecta armonía. Nada más entrar, sus ojos se dirigieron a una bolsa que portaba suavemente con mi mano izquierda. En ella había tres paquetes de recortes de las monjas (láminas de pan ácimo, como el que se consagra en misa) que había comprado para los niños de catequesis que hacen su primera comunión (para que sepan con qué se van a encontrar cuando participen por primera vez plenamente en misa) y un clavel. Le pregunté al hombre, que parecía estar hipnotizado por la bolsa que yo llevaba: "¿Tienen calcetines para móviles, fundas?" Él señaló rápidamente hacia una zona del principio de la tienda mientras dijo: "Allí". No me miró a la cara: sólo desvió la mirada una milésima de segundo hacia la zona que indicaba y rápidamente volvió a dirigir sus ojos a mi bolsa blanca de plástico semitransparente. Quizás fuera por la rapidez en señalar unida a que soy miope y necesito graduarme la vista porque ya no veo bien, pero no me enteré de dónde me decía el hombre que estaban los dichosos calcetines, así que tuve que preguntarle de nuevo: "¿¿Dónde??" Volvió a hacer exactamente igual, como si fuera un robot, y yo me sentí desconcertada. Si llego a saberlo no hago el esfuerzo de preguntarle una segunda vez. Yo se lo dije las dos veces con un tono educado y cordial; pero a juzgar por la expresión de su pálida y seria cara, pareciera que acabara de escuchar hablar a la mismísima muerte en persona.
Decidí dirigirme hacia donde me había parecido que señalaba el hombre de la tez seria para probar suerte, y al final los encontré: estaban en una estantería al principio de la tienda. El chino no apartaba su vista de mi bolsa de plástico, y su mirada empezaba a hacerme sentir violenta. Intenté pasar de él y mirar los calcetines, que para eso había entrado en ese lugar. Los miré todos moviéndolos con la mano derecha. El chino seguía clavando la mirada en mis manos, como si no existiera nada más para él. Me sentí cada vez más incómoda y un poco enfadada por aquellos ojos que me vigilaban sin descanso. Todo a mi alrededor comenzó a enturbiarse y ya no podía concentrarme en los calcetines que estaba mirando; los estímulos me llegaban atenuados como si hubiera una pared de cristal a mi alrededor, una pared que sólo podía penetrar la intensa mirada del chino clavada en mis manos.
Afortunadamente, no me gustó ninguno de los calcetines que allí había, y como no aguantaba más la tensa atmósfera, dije a Teron: "Vámonos de aquí". Y salimos al agradable ambiente de la calle en una tarde primaveral. Todo el malestar desapareció súbitamente. Me enfadé aún más con el chino por haberme hecho pasarlo tan mal.

Indudablemente, el chino pensó que lo que yo quería era robar en su mierda de tienda. No sé por qué. Nunca me habían presupuesto una delincuente. Ya mirar los calcetines en aquella horrible tienda me hizo sentir como si estuviera haciendo algo malo, y todo por aquellos incansables ojos obsesionados con mis manos. Nunca me había pasado nada parecido. Estoy acostumbrada a atravesar las aduanas de los aeropuertos internacionales y los controles policiales como si las fuerzas del orden ni siquiera me viesen, y no me gustó sentirme vigilada por aquél chino. Lo máximo que me ha pasado fue el lunes de esta semana, que cuando me dirigía a catequesis me encontré con un control de la guardia civil antes de llegar a una rotonda. Uno de ellos me paró (¡por primera vez en mi vida!), y yo desconecté la radio, bajé la ventanilla y le dije: "Buenas tardes". Él me miró a la cara un segundo y me contestó: "Ah, pasa". Lo dijo como cuando te disculpas con alguien y te contesta que no tiene importancia. Parece que sólo para aquél chino tengo pinta de delincuente.

Anoche hacía mucho calor, y cuando estaba a punto de dormirme me vino a la mente el episodio de los horribles ojos del chino clavados en mí. Me imaginé que al salir del bazar miraba con dureza al chino y le decía: "¿Por qué me mira así? Quería comprarme un calcetín para el móvil, pero usted me ha hecho sentir muy incómoda y me voy de su tienda. La próxima vez, disimule un poco al menos." En mi imaginación, el chino me miró a la cara por primera vez, y yo me sentía victoriosa y no intimidada como en la situación real. Afortunadamente, no he tenido pesadillas con aquellos ojos que me perseguían.

2 comentarios:

Frank Lhermitte dijo...

Vaya, cuánto lirismo :-p

Te rallas. Mucho.

Ya hablamos

XXX

Arixah dijo...

El hecho de sentirte incómoda y observada por aquel chino (el cual estoy segura de que no dejaba de mirar tus bolsas porque sufrirá robos diarios) nos puede ser muy útil para entender cómo se sienten aquellas personas que por el hecho de ser "moros" ya los acusamos de terroristas o ladrones y aquel chico que por llevar una gorrita blanca es vigilado permanentemente en el corte inglés... es lo que tiene vivir una sociedad desconfiada y desinteresada.Está consiguiendo que no seamos capaces de ver detrás de cada persona y que cada vez más nos dejemos llevar por nuestros miedos y prejuicios...